Entrevistas Alumni

Antoni Castellà - Entrevistas UOC Alumni
Antoni Castellà
11/04/2019
Alumni


Graduado Lengua y literatura catalana





«La UOC me ayudó a superar el exilio cuando vivía en los Emiratos Árabes Unidos»
 

Cuando Antoni Castellà era pequeño no entendía por qué en casa hablaba en catalán pero en el colegio solo estudiaban en español. Cuando terminó el colegio se licenció en medicina, trabajó de médico en Estados Unidos y los Emiratos Árabes Unidos en algunos de los mejores hospitales oncológicos y, finalmente, a punto de jubilarse, saldó la deuda que tenía con la lengua de Pompeu Fabra. Empezó los estudios de Lengua y Literatura Catalanas de la UOC todavía en los Emiratos, y los terminó, ya en formato de grado, una vez jubilado en tierras catalanas.   
 

 

¿Por qué se decidió a estudiar medicina?

Pues no fue una elección nada vocacional. Mi abuelo era pintor e hizo estudiar a todos sus hijos carreras de ciencias porque decía que las letras no pagaban las facturas. Esta idea también llegó a mi casa y sentí una cierta presión por no estudiar letras, aunque a mí la física, la química o las matemáticas no me gustaban en absoluto. La medicina es quizás la más humanista de las ciencias, porque el enfermo está en el centro de todo, y con esa idea me motivé para cursar medicina. Ten en cuenta que el médico no es solo científico, es psicólogo, sociólogo, debe ser muchas cosas a la vez, y eso me cautivó. Hablamos de mediados de los sesenta; me licencié en 1972.

¿Cómo ha evolucionado la medicina estas últimas décadas?

Se han dado pasos de gigante en tratamiento y diagnóstico. Cuando yo empecé, el único diagnóstico por imagen eran los rayos X. Hoy tenemos la TC, la resonancia magnética o las ecografías. Se va tan al detalle en el diagnóstico que prácticamente siempre es correcto y, si el diagnóstico es preciso, la enfermedad se tratará mejor. En los tratamientos ha habido también mucha mejora. En el ámbito del cáncer, hoy en día como médico puedes estudiar los tumores desde todos los puntos de vista, genético, inmunológico, enzimático: lo atacas con mucha precisión para hacer un tratamiento único individualizado.

¿Cómo decidió trasladarse a Estados Unidos?

A principios de los años setenta, muchos médicos se trasladaban a trabajar a Estados Unidos, país en el que había mucha demanda de personal cualificado en el ámbito sanitario. Yo veía esto en la facultad y me lo planteé seriamente, pues marchaban muchos profesionales a quienes yo admiraba. Recuerdo que el paso previo era superar un examen que se llamaba foreign. De hecho, ejercí muy poco en Cataluña, porque, una vez terminados los estudios, hice el servicio militar y después trabajé dos años en la Cruz Roja como médico mientras me preparaba el foreign. Excepto los dos últimos años, me he pasado la vida fuera de Cataluña.

¿Qué le sorprendió más de trabajar allí?

La formación era muy organizada, muy sistemática; el trabajo es muy práctico y cuentan con numerosos centros de referencia. Empecé a trabajar en el Hospital MD Anderson, de Houston, uno de los más prestigiosos en el ámbito del cáncer. Poco después trabajé en Nueva Orleans, en la Universidad Tulane. Luego me trasladé a Syracuse, en el estado de Nueva York, para cursar la formación específica de hematólogo. Y los últimos doce años los trabajé en el Hospital Beth Israel, de Manhattan, donde también hacía de profesor. Trabajar en Manhattan es muy estresante, porque estás en una rueda que nunca se detiene; es un entorno muy ambicioso, competitivo y exigente. Lo peor que puedes decirles es que son una persona de 9 a 17 h, no les gusta nada. Esta es una de las razones que me impulsaron a buscar alternativas; no podía más con aquel ritmo.

Entonces llegó la opción de los Emiratos…

Correcto, recuerdo que a principios de los noventa se publicaban muchos reportajes en las revistas estadounidenses de estos países emergentes del Golfo con ofertas de trabajo muy interesantes y muy bien remuneradas. Buscaban médicos y tenían dinero del petróleo para pagarlos. Aparte del estrés, el coste de la vida en Manhattan era muy elevado. También me apetecía probar una nueva aventura; siempre he sido muy inquieto en ese sentido. Lo más interesante de los Emiratos es que es el único país, junto con Kuwait, donde hay más extranjeros que nativos; quizás la proporción era de 1 a 4. Prácticamente era un país dirigido por los extranjeros. Yo llegué en 1997 y viví allí diecisiete años. Aparte de visitar a pacientes, impartía docencia, pero en un ambiente mucho más relajado, con mayor calidad de vida. De hecho, estaba tan relajado en comparación con Manhattan que decidí estudiar en la UOC.

Decidió cambiar la ciencia por las letras. ¿Era una asignatura pendiente?

Sí, mira, yo hice todo el bachillerato durante el franquismo en español a pesar de que en casa hablábamos en catalán. Yo no entendía por qué no podía estudiar en mi lengua. Cuando terminé el bachillerato encontré una rendija para estudiar el catalán. Descubrí la Institución Cultural del CIC. Allí medio a escondidas enseñaban catalán, y yo iba todas las tardes después de la facultad para estudiar catalán. 

Pero tenían que pasar varias décadas todavía para estudiar el grado de lengua catalana.

Sí, fue en los Emiratos donde algún amigo me comentó la posibilidad que ofrecía internet de cursar cualquier estudio. Entonces descubrí la UOC y empecé Lengua y Literatura Catalanas en 2004. Fue fabuloso descubrir que existía esta posibilidad, y la experiencia fue fantástica; establecer contacto desde tan lejos, compartir experiencias e intereses me hacía sentir menos exiliado. Hay que decir que iba poco a poco por falta de tiempo y empecé la licenciatura pero terminé con un grado de lengua y literatura catalanas. Disfruté tanto de los estudios que cursé un excedente de créditos, pero no me sabe mal en absoluto: me lo pasaba bomba y considero que poco a poco puedes profundizar mucho más.

¿Cuándo decidió que tenía que volver a casa?

No fue una idea impulsiva. Yo siempre había sabido que volvería, después del ciclo americano y del ciclo de los Emiratos, y con la edad de jubilarme decidí que ya había llegado el momento. De hecho, no había terminado el grado y lo finalicé una vez aquí. Los últimos dos años los dediqué al trabajo de grado sobre Manuel de Pedrolo y la novela norteamericana con el apoyo inestimable de mi tutora, Teresa Iribarren.

¿Se atrevería con otros estudios?

La directora del trabajo me tienta mucho para que haga un máster, pero no me acabo de decidir, porque el trabajo de fin de grado ya fueron dos años de dedicación y creo que el máster puede ser mucho más largo. Sí que me apetece hacer traducciones literarias, porque es algo que me gusta mucho, y conozco el inglés muy bien después de toda mi etapa laboral. Entre conocer muy bien el inglés y coger mucha competencia en catalán, pienso que lo haría bien. De hecho, he traducido un libro por mi cuenta de Arthur Koestler, Diàleg amb la mort o testament espanyol. Se trata de un volumen que me sorprende mucho que no se haya traducido. Está ambientado en la Guerra Civil española, que es un tema que a mí me apasiona porque mi madre la sufrió de joven. En 2009, cuando yo tenía la traducción casi terminada, lo publicaron parcialmente en español.  

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